Cada
año, los casquetes polares de la Tierra pierden 344.000 millones de toneladas
de hielo. El proceso, que se está acelerando, estaba ya más que claro en el Ártico,
pero acerca de lo que está pasando en la Antártida había, hasta ahora, más
incertidumbres que certezas. Los datos no uniformes que venían tomando los
satélites eran responsables, en gran medida, de esas dudas, tantas que algunos
análisis hablaban incluso de crecimiento de la masa de hielo, y no reducción,
en el casquete polar Sur. Pero el conocimiento del fenómeno en ambas regiones
polares se asienta ahora sobre una base sólida con un gran estudio
internacional realizado por 47 científicos de 26 instituciones, incluidos los
autores de aquellos análisis de resultados variables y con el apoyo de la NASA y
la Agencia Europea del Espacio (ESA).
“Ahora
podemos afirmar de modo concluyente que tanto la Antártida como Groenlandia
están perdiendo hielo”, resume Andrew Shepherd (Universidad de Leeds, Reino
Unido), líder de la investigación presentada en la revista Science. Pero
esto no significa que el proceso sea idéntico en el Norte y en el Sur,
advierten los científicos. Mientras Groenlandia está perdiendo hielo cinco
veces más rápido ahora que a principios de los años noventa, el proceso en la
Antártida parece menos constante, aunque en la última década se aprecia un
incremento del 50% en el ritmo de deshielo, explica otro de los investigadores,
Erik Ivins (Jet Propulsion Laboratory, EE UU).
La
pérdida de hielo en las regiones polares repercute en la subida del nivel del
mar, concretamente es responsable del aumento de 11 milímetros desde 1992 hasta
ahora, según concluye un segundo equipo, liderado por Ian Joughin (Universidad
de Washington). Esos 11 milímetros suponen un 20% del total de subida del nivel
de los océanos registrada, y del resto es responsable, sobre todo, la expansión
térmica del agua, con una pequeña aportación del deshielo de glaciares de
montaña.
Lo
que está claro es que todas las grandes regiones polares de capa helada,
excepto una, están perdiendo hielo desde 1992, concluyen los especialistas. La
excepción es Antártida oriental, donde está aumentando la masa de hielo, aunque
no en suficiente medida como para compensar la disminución en el resto del
continente blanco. Pero la incertidumbre se mantiene ante el futuro. Es decir,
los científicos no saben si la pérdida de hielo de Groenlandia, por ejemplo, se
mantendrá al ritmo actual, se acelerará o se frenará, señala Joughin.
Para
reducir estas dudas sobre el futuro es muy importante la síntesis de datos y
métodos de medida de Shepherd y sus colegas. El problema con la información
aparentemente contradictoria recabada con los satélites se debía a las
distintas mediciones, con varios métodos y en diferentes plazos temporales. Con
el trabajo colectivo de los 47 investigadores, ahora se unifica todo esto y se
puede “empezar a comparar manzanas con manzanas”, como ellos dicen.
Para
lograrlo han conjugado la información de 10 satélites con tres técnicas básicas
de medida: con emisiones de radar o de láser que van rebotando en la capa de
hielo y permiten determinar su altura y, por tanto, el volumen; medidas de las
variaciones en el tiempo del tirón gravitatorio de la Tierra sobre dos
satélites sincronizados a medida que sobrevuelan diferentes zonas heladas; con
los modelos climáticos que permiten estimar la ganancia y pérdida de hielo y
que utilizan los radares de los satélites para conocer la velocidad de
desplazamiento de los glaciares. Cada método tiene sus puntos fuertes y
débiles, advierten los expertos. Las plataformas heladas se alimentan de las
nevadas y se destruyen en las costas cuando los bordes se debilitan por el
aumento de la temperatura del agua y las corrientes, lo que, además, acelera el
desplazamiento de los glaciares.
“Los
cambios en la masa almacenada en las capas heladas son importantes por tratarse
de un indicador del cambio en el clima global y porque afectan directamente al
nivel del mar”, resume Shepherd.
En
un lago oscuro, encerrado bajo el hielo en la Antártida, asilado del exterior
hace al menos 2.800 años, de aguas gélidas y muy saladas, sin oxígeno, unos
científicos estadounidenses afirman haber encontrado colonias de bacterias. El
Vida es el mayor de los lagos localizados en los valles de la región de McMurdo
y los investigadores (de la NASA y de otras instituciones) han hecho
perforaciones en el hielo hasta alcanzar el lago, a unos 30 metros de
profundidad bajo la superficie, con equipos especiales para sacar muestras pero
evitando cualquier posible contaminación del ecosistema.
El
agua del lago Vida, congelada en gran parte, es seis veces más salada que la
marina y está a unos 13 grados centígrados bajo cero. Los microorganismos viven
allí en total oscuridad, sin una fuente energética solar, y los investigadores
sugieren que las reacciones químicas entre el agua salada y los sedimentos
ricos en hierro del lago generan óxido nitroso e hidrógeno molecular, que
proporcionaría la energía necesaria a las colonias de bacterias.
Es
un criosistema extremo y para los científicos sería lo más parecido a lo que
pudiera ser un ecosistema bajo la superficie helada de las lunas Europa de
Júpiter o Encelado de Saturno.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/12/04/actualidad/1354649846_587356.html
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